El Maestro y Margarita (trad. Marta Rebón) by Mijaíl Bulgákov

El Maestro y Margarita (trad. Marta Rebón) by Mijaíl Bulgákov

autor:Mijaíl Bulgákov [Bulgákov, Mijaíl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1967-01-02T00:00:00+00:00


21

EL VUELO

¡Invisible y libre! ¡Invisible y libre! Después de sobrevolar su callejón, Margarita fue a parar a otro, que cortaba el primero en ángulo recto. Recorrió en un instante ese callejón remendado y zurcido, largo y sinuoso, con su droguería de puerta desvencijada[260] donde vendían queroseno al peso y líquido insecticida en frascos, y entendió al instante que, aun siendo completamente libre e invisible, incluso en ese estado de deleite debía comportarse también con un poco de prudencia. Solo por una suerte de milagro consiguió frenar y no estrellarse mortalmente contra una vieja farola inclinada en la esquina. Después de esquivarla, Margarita apretó con más fuerza la escoba y voló más despacio, prestando atención a los cables eléctricos y a los letreros que colgaban en la acera.

El tercer callejón llevaba directamente a Arbat. Para entonces Margarita ya dominaba por completo el manejo de la escoba, se dio cuenta de que obedecía al más mínimo roce de sus manos o piernas y que, al volar sobre la ciudad, tenía que estar muy atenta y contener su entusiasmo. Además, ya había quedado del todo claro en el callejón que los transeúntes no veían a la mujer voladora. Nadie levantaba la cabeza ni gritaba: «¡Mira! ¡Mira!», nadie se apartaba a un lado, ni chillaba o se desmayaba, o rompía en carcajadas salvajes.

Margarita volaba sin hacer ruido, muy despacio y a poca altura, más o menos al nivel de un primer piso. Pero, pese a su vuelo lento, justo a la salida de la calle Arbat con sus luces cegadoras, cometió un ligero error de cálculo y se golpeó el hombro con cierto disco iluminado en el que había el dibujo de una flecha. Esto enfureció a Margarita. Hizo retroceder a su obediente escoba, voló a un lado para tomar impulso y luego, lanzándose de improviso contra el disco, lo hizo añicos con el extremo del mango. Las astillas de vidrio cayeron con estruendo, los viandantes se alejaron y en algún lugar empezaron a silbar, pero Margarita, después de cometer esa travesura innecesaria, soltó una carcajada. «En Arbat debo ir con más cuidado aún —pensó Margarita—. Hay tanta confusión que es difícil orientarse». Se dio a la tarea de sortear los cables eléctricos. Debajo de ella flotaban los techos de los trolebuses, de los autobuses y los coches, mientras que, por las aceras, como le parecía a Margarita desde arriba, corrían ríos de gorras. De estos ríos se separaban algunos arroyos y desembocaban en las fauces ardientes de las tiendas nocturnas.

«¡Ah, qué barullo! —pensó Margarita con rabia—. Por aquí no hay por dónde moverse». Atravesó Arbat, se elevó un poco más hasta la altura de los terceros pisos y flotó, a lo largo de los tubos fluorescentes del edificio del teatro en la esquina, hacia un estrecho callejón de edificios altos.[261] Todas las ventanas estaban abiertas y por doquier se oía la música de la radio. Por curiosidad Margarita se asomó a una de las ventanas. Vio una cocina. Dos Primus aullaban en la placa, y a su lado estaban dos mujeres, cuchara en mano, enzarzadas en una discusión.



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